Era un día
normal de la vida normal de una chica cualquiera que como de costumbre se
dirigía al instituto. Siempre seguía el mismo camino. Nunca se desviaba. Le
gustaba la tranquila rutina de su vida diaria, sin sobresaltos y sin problemas
que le quitaran el sueño. Caminaba tranquilamente por una calle rodeada de cerezos
en flor, cuyos rosados pétalos caían sobre el asfalto, formando una suave
alfombra rosa, y sobre su azulado pelo, enredándose entre sus largos mechones.
Caminaba tan despreocupadamente que no se dio cuenta del grupo de estudiantes que se le acercaban por la espalda, y que la sorprendieron en el momento en que echaron una gran bolsa llena de pétalos de cerezo sobre su cabeza.
Caminaba tan despreocupadamente que no se dio cuenta del grupo de estudiantes que se le acercaban por la espalda, y que la sorprendieron en el momento en que echaron una gran bolsa llena de pétalos de cerezo sobre su cabeza.
-¡Chicos! –exclamó sorprendida, pero sin rastro de molestia en su voz.
-¡Buenos días, Juvia! –dijo uno de los jóvenes, que caminaba al lado de una chica bajita de pelo oscuro corto.
El chico que había sorprendido a Juvia, lazándole aquella cascada de pétalos por la cabeza, se adelantó a sus dos compañeros y se colocó delante de la joven mientras la miraba con ojos divertidos.
-Te queda
bien ese color –dijo con una sonrisa-. ¿No has pensado en teñirte el pelo de
rosa?
-¡Basta ya
Karoku! –repuso Juvia mientras comenzaba a quitarse los pétalos de la cabeza.
-Perdón
Juvia –dijo la chica que acompañaba al chico risueño-. He intentado detenerle,
pero no ha habido manera.
-Eso es
porque no le has puesto muchas ganas –repuso la joven mientras se quitaba el
último pétalo del flequillo.
-Es cierto
Juvia, no te dejes convencer por ella –añadió el joven rubio, adelantándose a
los pasos de su compañera.
-También ha
sido idea tuya, Bard, así que no vayas de bueno –objetó ella mientras se
adelantaba hasta colocarse de nuevo a su altura.
-Vamos Nayu,
pasemos de estos, que si no llegaremos tarde a clase –dijo Juvia mientras le
ofrecía la mano a su amiga.
Las dos
jóvenes se tomaron de las manos y comenzaron a caminar alegremente a través de
los cerezos en flor, pero los chicos, al verse abandonados, comenzaron a correr
detrás de ellas. Juvia y Nayu les dirigieron a los chicos un gesto de burla
antes de echar a correr, aún cogidas de las manos.
Llegaron los
cuatro casi asfixiados a la entrada del instituto. En cuanto atravesaron el
muro de piedra de la entrada se detuvieron todos, y trataron de recuperar el
aliento mientras se dirigían miradas divertidas y se reían, dificultando la
recuperación de la respiración.
Estuvieron allí parados durante varios minutos, hasta que la campana del edificio sonó, dando comienzo a las clases del día. Un profesor que rondaba por allí, vigilando el patio, les descubrió y se acercó a ellos para llamarles a atención y mandarles rápidamente a sus clases.
Estuvieron allí parados durante varios minutos, hasta que la campana del edificio sonó, dando comienzo a las clases del día. Un profesor que rondaba por allí, vigilando el patio, les descubrió y se acercó a ellos para llamarles a atención y mandarles rápidamente a sus clases.
Después de
cambiarse en la entrada del edificio y dejar sus cosas en las taquillas, los
cuatro se dirigieron a su clase. Iban todos ellos a la misma clase. Habían ido
juntos durante toda la secundaria. Nunca les habían separado y, gracias a ello,
los lazos entre ellos se habían fortalecido de tal manera que habían dejado de
ser solo amigos.
Cuando
alcanzaron la puerta de la clase descubrieron que el profesor aún no había
llegado, y el resto de sus compañeros estaban desperdigados por el aula,
hablando entre ellos despreocupadamente. El grupo de amigos se dirigió a la
mesa de Juvia, situada en la parte de atrás de la clase después de dejar sus
cosas en sus respectivos pupitres. Tenían por costumbre esperar el comienzo de
las clases reunidos en aquel lugar mientras hablaban de cualquier cosa, o incluso
compartían el silencio, y aquel día no iba a ser distinto.
Cuando el profesor finalmente llegó a clase, todos los grupos de amigos se disolvieron para ir a ocupar sus sitios y poder dar comienzo a la clase. Juvia se sentó delante de su mesa al fondo de la clase, mientras observaba a Nayu caminar hasta el frente y ocupar una de las mesas de la primera fila. Bard se sentó justo detrás de ella, y Karoku un poco más apartado, en la fila de las ventanas.
Cuando el profesor finalmente llegó a clase, todos los grupos de amigos se disolvieron para ir a ocupar sus sitios y poder dar comienzo a la clase. Juvia se sentó delante de su mesa al fondo de la clase, mientras observaba a Nayu caminar hasta el frente y ocupar una de las mesas de la primera fila. Bard se sentó justo detrás de ella, y Karoku un poco más apartado, en la fila de las ventanas.
Aquel día la
explicación fue tan aburrida como el resto, y los chicos no tardaron en
desconectar de la clase. Karoku se perdió en el paisaje de la ventana, mientras
que Bard pasaba distraídamente los dedos por la espalda de Nayu, quien
intentaba aparentar que prestaba atención, pero que a duras penas conseguía.
Juvia observaba todo desde atrás, mientras que dibujaba en su cuaderno dedicado
a clases aburridas.
Antes de que
aquella primera clase hubiese terminado, la puerta se abrió de golpe, y Nayu
soltó un grito de terror. Pero Juvia, desde su posición no podía ver lo que había
aterrorizado tanto a su amiga. Entonces un brazo apareció por el marco de la
puerta, que se fue levantando lentamente hasta apuntar con un arma de fuego en
dirección al profesor de la clase, que miró todo con los ojos desorbitados. Antes
de que alguno de los allí presentes tuviera tiempo de hacer un movimiento, el
hombre apretó el gatillo y una bala voló hasta la frente del profesor, que cayó
sobre la mesa, empapándolo todo con su sangre. Algunas chicas gritaron, entre
ellas Nayu, que se llevó las manos a la boca ante la visión de su profesor con
el cuerpo sobre la mesa y los brazos colgando por la parte delantera, los ojos
abiertos pero sin brillo, y la sangre chorreando de su cabeza hasta la mesa,
mojando los papeles y cayendo por un lado de esta hasta el suelo. El hombre que
había disparado entró en el aula, cerrando la puerta detrás de él. Aquel hombre
tenía aspecto desaliñado, ropa rota, pelo largo y alborotado, y barba de una
semana, y la locura se vislumbraba en el brillo de sus ojos. Bard fue a levantarse
para ponerse delante de Nayu y protegerla de aquel hombre, pero cuando él le
dirigió aquella brillante mirada, el chico se volvió a sentar en su sitio.
Nadie se atrevió a decir nada, ni siquiera a moverse un centímetro de su asiento. Nadie llamó tampoco a la puerta, a pesar de que el disparo se había oído perfectamente por todo el edificio y seguramente estaría todos alertados de lo que acababa de pasar. Karoku desvió su mirada disimuladamente hacia la ventana y vio que numerosos alumnos, encabezados por sus profesores, estaban ocupando el patio, saliendo de manera atropellada por la puerta.
Entonces, y ante la sorpresa de todos, alguien llamó suavemente a la puerta de la clase, sobresaltando a todos, especialmente al hombre armado, lo que hizo que Juvia se pusiera más nerviosa porque cualquier sobresalto del hombre podría suponer otra bala en la cabeza de alguno de los allí reunidos.
Nadie se atrevió a decir nada, ni siquiera a moverse un centímetro de su asiento. Nadie llamó tampoco a la puerta, a pesar de que el disparo se había oído perfectamente por todo el edificio y seguramente estaría todos alertados de lo que acababa de pasar. Karoku desvió su mirada disimuladamente hacia la ventana y vio que numerosos alumnos, encabezados por sus profesores, estaban ocupando el patio, saliendo de manera atropellada por la puerta.
Entonces, y ante la sorpresa de todos, alguien llamó suavemente a la puerta de la clase, sobresaltando a todos, especialmente al hombre armado, lo que hizo que Juvia se pusiera más nerviosa porque cualquier sobresalto del hombre podría suponer otra bala en la cabeza de alguno de los allí reunidos.
-¿H-Hola…?
–dijo una suave voz de mujer al otro lado de la puerta.
Pero no hubo
respuesta.
-Le ruego
que deje salir a los alumnos. Haremos lo que nos pida, pero deje salir a los
chicos –insistió la mujer.
Aquella
mujer que estaba intentando salvar a los alumnos de aquella desafortunada clase
era la jefa de estudios del centro, y una de las personas más cuidadosas que
Juvia había conocido jamás. Siempre intentaba tener todo bajo control, aunque
escuchar su voz en aquella ocasión no la hizo sentir mucho más tranquila.
-¿Puedo
entrar? –continuó la mujer.
-¡¡NO!!
–rugió el hombre, que se acercó a uno de los pupitres cercanos y cogió de la
muñeca a una de las alumnas.
El débil
grito de Nayu al ser tomada y levantada de su silla hizo que Bard se pusiera de
pie, y con ello Karoku, nervioso por lo que podría pasar.
La jefa de estudios escuchó el revuelo del interior e intentó arreglar la situación.
La jefa de estudios escuchó el revuelo del interior e intentó arreglar la situación.
-Está bien,
no entraré, pero dígame cómo está la situación. ¿Hay algún herido?
Pero tampoco recibió respuesta.
-Está bien
–continuó-. Me quedaré aquí, por si necesita algo.
No se
escucharon pasos al otro lado del pasillo. La jefa de estudios se quedó parada
delante de la puerta de la clase, rezando porque el hombre se decidiera a hacer
su petición, y explicar el motivo por el que estaba haciendo todo aquello.
Una vez que la conversación hubo terminado, el hombre pareció relajarse, pero no soltó a Nayu. Se sentó en el escalón de la parte delantera de la clase, y colocó a Nayu sentada delante de él en el suelo. Para evitar que se moviera ella o alguno de los mocosos que estaban con él en la clase, colocó la pistola en la sien de la joven, mostrando quién era el que manejaba la situación.
Una vez que la conversación hubo terminado, el hombre pareció relajarse, pero no soltó a Nayu. Se sentó en el escalón de la parte delantera de la clase, y colocó a Nayu sentada delante de él en el suelo. Para evitar que se moviera ella o alguno de los mocosos que estaban con él en la clase, colocó la pistola en la sien de la joven, mostrando quién era el que manejaba la situación.
Pasaron
varios minutos sin que ocurriera nada, pero cuando a lo lejos comenzaron a
escucharse las sirenas de los coches de policías, el hombre volvió a ponerse
nervioso, perdiendo la tranquilidad que había tenido durante casi toda la
mañana. Juvia apenas veía lo que pasaba delante, ya que tenía varias filas
delante de ella, y además el hombre estaba sentado en el suelo, pero sabía cómo
se encontraría ante aquel sonido, y maldijo en silencio la aparición de la
policía al estar su amiga en las garras de aquel homicida.
En el
siguiente segundo la situación dio un profundo giro. Un solo acto de la policía
echó todo a perder. Y aquello sería lo que atormentaría a Juvia y a los allí
presentes por el resto de sus vidas.
-¡Le habla
la policía! –la voz llegó enormemente amplificada por un megáfono a la clase-.
Tenemos el edificio rodeado. Será mejor que deje salir a los rehenes.
Pero aquella
voz salida de la nada le dio un susto de muerte a los alumnos y al hombre, que
había estado hasta entonces con el dedo en el gatillo, y la pistola apoyada en
la cabeza de Nayu. Aquel sobresalto hizo que el dedo del hombre se deslizara
por el gatillo y dejara escapar la bala que le robó la vida a Nayu. Nadie hizo
caso a lo que la policía decía. Solo habían escuchado el disparo, y acto
seguido más gritos resonaron en el interior de la clase. Juvia se puso de pie,
rezando por lo que había creído que había pasado no hubiese ocurrido realmente.
Pero cuando alcanzó a ver la parte delantera de la clase vio el cuerpo sin vida
de Nayu tirado en el suelo a los pies de aquel hombre, con su cabeza apoyada en
un charco de sangre. El hombre se encogió sobre sí mismo mientras miraba el
arma que acababa de utilizar contra aquella joven con ojos asustados e
incrédulos.
Bard se
había quedado sentado en su sitio mientras observaba como la sangre de Nayu iba
tiñendo el suelo de rojo. Pasó la mirada por su cuerpo inerte hasta llegar a
sus ojos y descubrirlos abiertos pero sin brillo alguno, aquel brillo con el
que tantas veces antes le había mirado a él, y que tanto le gustaba. Entonces
Bard dejó de ser dueño de sus actos. Dio un tremendo golpe en la mesa mientras
que se levantaba y se dirigía al hombre. Rápidamente le dio una patada a la
pistola, que voló hasta chocarse con la pared que sostenía la pizarra
electrónica de la clase. Bard le cogió del cuello del abrigo y se arrodilló a
su lado.
-¡Devuélvemela!
–gritó, desgarrando su garganta.
El hombre
volvió en sí, e intentó recuperar el control de la situación. Sacó una navaja
de uno de los bolsillos del abrigo que utilizó contra el joven rubio que se
había lanzado contra él. La blandió rápidamente, alcanzando el cuello del
muchacho. La sangre no tardó en comenzar a brotar del superficial corte, que
salió al principio de manera apresurada de la herida, llegando a salpicar la
cara del hombre. Entonces, aprovechando aquel momento, el homicida dio una
patada a Bard, que cayó de espaldas al suelo, mientras mantenía ambas manos
sobre el corte de su cuello, intentando evitar la pérdida masiva de sangre.
-¡Bard!
–gritó Juvia al ver a su amigo caer al suelo.
Karoku
también perdió la calma en el momento en que vio el posible desenlace de todo
aquello, y corrió hacia el hombre, pero él se dio cuenta del movimiento del
muchacho, porque estiró la mano hasta alcanzar el arma y apuntó al cuerpo del
chico. Antes de que le diera tiempo a Karoku a dar un paso más, el hombre
disparó, y una bala alcanzó el pecho del chico, que cayó de espaldas sobre una
de las mesas, antes de llegar al suelo. Juvia tampoco aguantó más, y corrió
hacia Karoku. Se arrodilló a su lado mientras que más compañeros suyos
intentaban tomar el control de la situación, pero más tiros sonaron en el
interior del aula. Incluso la puerta que daba al pasillo se abrió, por la que
entró la jefa de estudios antes de encontrarse con una bala atravesada en su
garganta.
Juvia se fue
poniendo cada vez más nerviosa. Notaba cómo todo daba vueltas a su alrededor
mientras la sangre de Karoku iba abandonando su cuerpo y empapándola a ella y
el suelo de la clase. Solo escuchaba los gritos de sus compañeros y los
disparos del hombre, que parecía que nunca se quedaba sin balas. Se le hizo
eterno aquel momento, a pesar de que fueron solo unos minutos. La policía no
tardó en llegar a la clase, alertados por todo el revuelo del interior. La
puerta se abrió rápidamente, y un par de pistolas aparecieron por el marco,
pero aquellas pistolas eran distintas a la que había utilizado antes el hombre
en aquellos alumnos, eran más modernas, y dotadas de un sistema para medir el coeficiente
criminal de las personas con solo apuntarlas. Uno de los hombres que empuñaba
el arma disparó al hombre, dejándolo inconsciente y derribado sobre el suelo de
la clase.
Pero Juvia apenas había prestado atención a todo aquello. Solo le importaba el joven que reposaba entre sus brazos y que poco a poco iba perdiendo la vitalidad. Notó como su respiración se iba haciendo más pesada y costosa, hasta que al final el joven alzó la mirada hacia ella con sus últimas fuerzas.
Pero Juvia apenas había prestado atención a todo aquello. Solo le importaba el joven que reposaba entre sus brazos y que poco a poco iba perdiendo la vitalidad. Notó como su respiración se iba haciendo más pesada y costosa, hasta que al final el joven alzó la mirada hacia ella con sus últimas fuerzas.
-Lo… siento…
-susurró el joven, dejando escapar su último aliento.
Juvia
observó con horror como el brillo de los ojos de Karoku iba desapareciendo
mientras que una voz metálica le decía a su espalda:
-“He
detectado que el nivel de su estrés se ha elevado. Le recomiendo que busque
atención psiquiátrica de inmediato en un centro especializado”.