lunes, 18 de marzo de 2013

1. Fatalidad


Era un día normal de la vida normal de una chica cualquiera que como de costumbre se dirigía al instituto. Siempre seguía el mismo camino. Nunca se desviaba. Le gustaba la tranquila rutina de su vida diaria, sin sobresaltos y sin problemas que le quitaran el sueño. Caminaba tranquilamente por una calle rodeada de cerezos en flor, cuyos rosados pétalos caían sobre el asfalto, formando una suave alfombra rosa, y sobre su azulado pelo, enredándose entre sus largos mechones.
Caminaba tan despreocupadamente que no se dio cuenta del grupo de estudiantes que se le acercaban por la espalda, y que la sorprendieron en el momento en que echaron una gran bolsa llena de pétalos de cerezo sobre su cabeza.

-¡Chicos! –exclamó sorprendida, pero sin rastro de molestia en su voz.

-¡Buenos días, Juvia! –dijo uno de los jóvenes, que caminaba al lado de una chica bajita de pelo oscuro corto.

El chico que había sorprendido a Juvia, lazándole aquella cascada de pétalos por la cabeza, se adelantó a sus dos compañeros y se colocó delante de la joven mientras la miraba con ojos divertidos.

-Te queda bien ese color –dijo con una sonrisa-. ¿No has pensado en teñirte el pelo de rosa?

-¡Basta ya Karoku! –repuso Juvia mientras comenzaba a quitarse los pétalos de la cabeza.

-Perdón Juvia –dijo la chica que acompañaba al chico risueño-. He intentado detenerle, pero no ha habido manera.

-Eso es porque no le has puesto muchas ganas –repuso la joven mientras se quitaba el último pétalo del flequillo.

-Es cierto Juvia, no te dejes convencer por ella –añadió el joven rubio, adelantándose a los pasos de su compañera.

-También ha sido idea tuya, Bard, así que no vayas de bueno –objetó ella mientras se adelantaba hasta colocarse de nuevo a su altura.

-Vamos Nayu, pasemos de estos, que si no llegaremos tarde a clase –dijo Juvia mientras le ofrecía la mano a su amiga.

Las dos jóvenes se tomaron de las manos y comenzaron a caminar alegremente a través de los cerezos en flor, pero los chicos, al verse abandonados, comenzaron a correr detrás de ellas. Juvia y Nayu les dirigieron a los chicos un gesto de burla antes de echar a correr, aún cogidas de las manos.
Llegaron los cuatro casi asfixiados a la entrada del instituto. En cuanto atravesaron el muro de piedra de la entrada se detuvieron todos, y trataron de recuperar el aliento mientras se dirigían miradas divertidas y se reían, dificultando la recuperación de la respiración.
Estuvieron allí parados durante varios minutos, hasta que la campana del edificio sonó, dando comienzo a las clases del día. Un profesor que rondaba por allí, vigilando el patio, les descubrió y se acercó a ellos para llamarles a atención y mandarles rápidamente a sus clases.

Después de cambiarse en la entrada del edificio y dejar sus cosas en las taquillas, los cuatro se dirigieron a su clase. Iban todos ellos a la misma clase. Habían ido juntos durante toda la secundaria. Nunca les habían separado y, gracias a ello, los lazos entre ellos se habían fortalecido de tal manera que habían dejado de ser solo amigos.

Cuando alcanzaron la puerta de la clase descubrieron que el profesor aún no había llegado, y el resto de sus compañeros estaban desperdigados por el aula, hablando entre ellos despreocupadamente. El grupo de amigos se dirigió a la mesa de Juvia, situada en la parte de atrás de la clase después de dejar sus cosas en sus respectivos pupitres. Tenían por costumbre esperar el comienzo de las clases reunidos en aquel lugar mientras hablaban de cualquier cosa, o incluso compartían el silencio, y aquel día no iba a ser distinto.
Cuando el profesor finalmente llegó a clase, todos los grupos de amigos se disolvieron para ir a ocupar sus sitios y poder dar comienzo a la clase. Juvia se sentó delante de su mesa al fondo de la clase, mientras observaba a Nayu caminar hasta el frente y ocupar una de las mesas de la primera fila. Bard se sentó justo detrás de ella, y Karoku un poco más apartado, en la fila de las ventanas.

Aquel día la explicación fue tan aburrida como el resto, y los chicos no tardaron en desconectar de la clase. Karoku se perdió en el paisaje de la ventana, mientras que Bard pasaba distraídamente los dedos por la espalda de Nayu, quien intentaba aparentar que prestaba atención, pero que a duras penas conseguía. Juvia observaba todo desde atrás, mientras que dibujaba en su cuaderno dedicado a clases aburridas.

Antes de que aquella primera clase hubiese terminado, la puerta se abrió de golpe, y Nayu soltó un grito de terror. Pero Juvia, desde su posición no podía ver lo que había aterrorizado tanto a su amiga. Entonces un brazo apareció por el marco de la puerta, que se fue levantando lentamente hasta apuntar con un arma de fuego en dirección al profesor de la clase, que miró todo con los ojos desorbitados. Antes de que alguno de los allí presentes tuviera tiempo de hacer un movimiento, el hombre apretó el gatillo y una bala voló hasta la frente del profesor, que cayó sobre la mesa, empapándolo todo con su sangre. Algunas chicas gritaron, entre ellas Nayu, que se llevó las manos a la boca ante la visión de su profesor con el cuerpo sobre la mesa y los brazos colgando por la parte delantera, los ojos abiertos pero sin brillo, y la sangre chorreando de su cabeza hasta la mesa, mojando los papeles y cayendo por un lado de esta hasta el suelo. El hombre que había disparado entró en el aula, cerrando la puerta detrás de él. Aquel hombre tenía aspecto desaliñado, ropa rota, pelo largo y alborotado, y barba de una semana, y la locura se vislumbraba en el brillo de sus ojos. Bard fue a levantarse para ponerse delante de Nayu y protegerla de aquel hombre, pero cuando él le dirigió aquella brillante mirada, el chico se volvió a sentar en su sitio.
Nadie se atrevió a decir nada, ni siquiera a moverse un centímetro de su asiento. Nadie llamó tampoco a la puerta, a pesar de que el disparo se había oído perfectamente por todo el edificio y seguramente estaría todos alertados de lo que acababa de pasar. Karoku desvió su mirada disimuladamente hacia la ventana y vio que numerosos alumnos, encabezados por sus profesores, estaban ocupando el patio, saliendo de manera atropellada por la puerta.
Entonces, y ante la sorpresa de todos, alguien llamó suavemente a la puerta de la clase, sobresaltando a todos, especialmente al hombre armado, lo que hizo que Juvia se pusiera más nerviosa porque cualquier sobresalto del hombre podría suponer otra bala en la cabeza de alguno de los allí reunidos.

-¿H-Hola…? –dijo una suave voz de mujer al otro lado de la puerta.

Pero no hubo respuesta.

-Le ruego que deje salir a los alumnos. Haremos lo que nos pida, pero deje salir a los chicos –insistió la mujer.

Aquella mujer que estaba intentando salvar a los alumnos de aquella desafortunada clase era la jefa de estudios del centro, y una de las personas más cuidadosas que Juvia había conocido jamás. Siempre intentaba tener todo bajo control, aunque escuchar su voz en aquella ocasión no la hizo sentir mucho más tranquila.

-¿Puedo entrar? –continuó la mujer.

-¡¡NO!! –rugió el hombre, que se acercó a uno de los pupitres cercanos y cogió de la muñeca a una de las alumnas.

El débil grito de Nayu al ser tomada y levantada de su silla hizo que Bard se pusiera de pie, y con ello Karoku, nervioso por lo que podría pasar.
La jefa de estudios escuchó el revuelo del interior e intentó arreglar la situación.

-Está bien, no entraré, pero dígame cómo está la situación. ¿Hay algún herido?

 Pero tampoco recibió respuesta.

-Está bien –continuó-. Me quedaré aquí, por si necesita algo.

No se escucharon pasos al otro lado del pasillo. La jefa de estudios se quedó parada delante de la puerta de la clase, rezando porque el hombre se decidiera a hacer su petición, y explicar el motivo por el que estaba haciendo todo aquello.
Una vez que la conversación hubo terminado, el hombre pareció relajarse, pero no soltó a Nayu. Se sentó en el escalón de la parte delantera de la clase, y colocó a Nayu sentada delante de él en el suelo. Para evitar que se moviera ella o alguno de los mocosos que estaban con él en la clase, colocó la pistola en la sien de la joven, mostrando quién era el que manejaba la situación.

Pasaron varios minutos sin que ocurriera nada, pero cuando a lo lejos comenzaron a escucharse las sirenas de los coches de policías, el hombre volvió a ponerse nervioso, perdiendo la tranquilidad que había tenido durante casi toda la mañana. Juvia apenas veía lo que pasaba delante, ya que tenía varias filas delante de ella, y además el hombre estaba sentado en el suelo, pero sabía cómo se encontraría ante aquel sonido, y maldijo en silencio la aparición de la policía al estar su amiga en las garras de aquel homicida.

En el siguiente segundo la situación dio un profundo giro. Un solo acto de la policía echó todo a perder. Y aquello sería lo que atormentaría a Juvia y a los allí presentes por el resto de sus vidas.

-¡Le habla la policía! –la voz llegó enormemente amplificada por un megáfono a la clase-. Tenemos el edificio rodeado. Será mejor que deje salir a los rehenes.

Pero aquella voz salida de la nada le dio un susto de muerte a los alumnos y al hombre, que había estado hasta entonces con el dedo en el gatillo, y la pistola apoyada en la cabeza de Nayu. Aquel sobresalto hizo que el dedo del hombre se deslizara por el gatillo y dejara escapar la bala que le robó la vida a Nayu. Nadie hizo caso a lo que la policía decía. Solo habían escuchado el disparo, y acto seguido más gritos resonaron en el interior de la clase. Juvia se puso de pie, rezando por lo que había creído que había pasado no hubiese ocurrido realmente. Pero cuando alcanzó a ver la parte delantera de la clase vio el cuerpo sin vida de Nayu tirado en el suelo a los pies de aquel hombre, con su cabeza apoyada en un charco de sangre. El hombre se encogió sobre sí mismo mientras miraba el arma que acababa de utilizar contra aquella joven con ojos asustados e incrédulos.

Bard se había quedado sentado en su sitio mientras observaba como la sangre de Nayu iba tiñendo el suelo de rojo. Pasó la mirada por su cuerpo inerte hasta llegar a sus ojos y descubrirlos abiertos pero sin brillo alguno, aquel brillo con el que tantas veces antes le había mirado a él, y que tanto le gustaba. Entonces Bard dejó de ser dueño de sus actos. Dio un tremendo golpe en la mesa mientras que se levantaba y se dirigía al hombre. Rápidamente le dio una patada a la pistola, que voló hasta chocarse con la pared que sostenía la pizarra electrónica de la clase. Bard le cogió del cuello del abrigo y se arrodilló a su lado.

-¡Devuélvemela! –gritó, desgarrando su garganta.

El hombre volvió en sí, e intentó recuperar el control de la situación. Sacó una navaja de uno de los bolsillos del abrigo que utilizó contra el joven rubio que se había lanzado contra él. La blandió rápidamente, alcanzando el cuello del muchacho. La sangre no tardó en comenzar a brotar del superficial corte, que salió al principio de manera apresurada de la herida, llegando a salpicar la cara del hombre. Entonces, aprovechando aquel momento, el homicida dio una patada a Bard, que cayó de espaldas al suelo, mientras mantenía ambas manos sobre el corte de su cuello, intentando evitar la pérdida masiva de sangre.

-¡Bard! –gritó Juvia al ver a su amigo caer al suelo.

Karoku también perdió la calma en el momento en que vio el posible desenlace de todo aquello, y corrió hacia el hombre, pero él se dio cuenta del movimiento del muchacho, porque estiró la mano hasta alcanzar el arma y apuntó al cuerpo del chico. Antes de que le diera tiempo a Karoku a dar un paso más, el hombre disparó, y una bala alcanzó el pecho del chico, que cayó de espaldas sobre una de las mesas, antes de llegar al suelo. Juvia tampoco aguantó más, y corrió hacia Karoku. Se arrodilló a su lado mientras que más compañeros suyos intentaban tomar el control de la situación, pero más tiros sonaron en el interior del aula. Incluso la puerta que daba al pasillo se abrió, por la que entró la jefa de estudios antes de encontrarse con una bala atravesada en su garganta.

Juvia se fue poniendo cada vez más nerviosa. Notaba cómo todo daba vueltas a su alrededor mientras la sangre de Karoku iba abandonando su cuerpo y empapándola a ella y el suelo de la clase. Solo escuchaba los gritos de sus compañeros y los disparos del hombre, que parecía que nunca se quedaba sin balas. Se le hizo eterno aquel momento, a pesar de que fueron solo unos minutos. La policía no tardó en llegar a la clase, alertados por todo el revuelo del interior. La puerta se abrió rápidamente, y un par de pistolas aparecieron por el marco, pero aquellas pistolas eran distintas a la que había utilizado antes el hombre en aquellos alumnos, eran más modernas, y dotadas de un sistema para medir el coeficiente criminal de las personas con solo apuntarlas. Uno de los hombres que empuñaba el arma disparó al hombre, dejándolo inconsciente y derribado sobre el suelo de la clase.
Pero Juvia apenas había prestado atención a todo aquello. Solo le importaba el joven que reposaba entre sus brazos y que poco a poco iba perdiendo la vitalidad. Notó como su respiración se iba haciendo más pesada y costosa, hasta que al final el joven alzó la mirada hacia ella con sus últimas fuerzas.

-Lo… siento… -susurró el joven, dejando escapar su último aliento.

Juvia observó con horror como el brillo de los ojos de Karoku iba desapareciendo mientras que una voz metálica le decía a su espalda:

-“He detectado que el nivel de su estrés se ha elevado. Le recomiendo que busque atención psiquiátrica de inmediato en un centro especializado”.