lunes, 13 de mayo de 2013

2. Nueva vida


Juvia se despertó en su cuarto sobresaltada.
Hacía años que había ocurrido todo aquello, exactamente cuatro, pero lo sucedido aquel día aún la asaltaba por las noches.

-“¿Está estresada?” –recuerda que le dijo aquella voz metálica.

En aquel momento le dieron ganas de darse la vuelta y darle una patada al aparato metálico con cara de muñeco de feria que se atrevía a preguntarle aquello después de lo que acababa de ocurrir en la clase.
Lo que había empezado como un día cualquiera, uno tranquilo en el que parecía que tendría un día entretenido con sus amigos, se había convertido en una auténtica pesadilla que había dado a su vida un giro de 180 grados.

Después de aquello pasó casi un año en un centro especializado que trató de devolver su coeficiente a la normalidad. Pero se mantuvo turbio. Nunca llegaba a bajar, y si lo hacía, aquella misma noche volvía a revivir todo en sueños, lo que hacía aumentar de nuevo su psycho.

Pero un día recibió una visita. El inspector de la Sección de Crimen de Seguridad Pública le ofreció convertirse en uno de los ejecutores de la Unidad 1 que él mismo dirigía. Después de pensarlo durante algunas semanas, finalmente accedió, y comenzó a trabajar para el Inspector Ginoza.

Y ya habían pasado más de tres años desde aquello. No había día que no se acordara de lo que pasó aquella fatídica mañana, que echó por los suelos su futuro, sus sueños, e incluso su condición de ser humano, siendo degradada a un ser inferior que el sistema Sybil que regía la justicia en la ciudad consideraba un enemigo para la sociedad, y que no duraría en deshacerse de ella si la situación lo requería.

Aquello era lo primero que asaltaba su mente cada mañana incluso antes de encender las luces de su cuarto.

-¿Qué decoración te apetece hoy? –preguntó una voz metálica.

-El moderno estará bien –dijo mientras se incorporaba en la cama.

La habitación comenzó a iluminarse lentamente por el techo, y continuando por las paredes, que no tardaron en tomar un tono azulado. Los muebles del pequeño apartamento fueron apareciendo poco a poco a medida que la luz iba descendiendo por el cuarto hasta llegar al suelo. A los pocos segundos, la pequeña habitación del apartamento se vio perfectamente amueblada en tonos negros y azules, todo combinado entre ello, sin nada que sobrase en el cuarto.

Mientras Juvia se levantaba e iba al baño para desperezarse, un pequeño ser metálico se materializó en medio del cuarto, y se dirigió flotando a la pequeña esquina dedicada a la cocina.

-¿Qué quieres desayunar? –preguntó el aparato.

-Cualquier cosa que no sea muy pesada –repuso Juvia desde el baño.

Cuando la joven se hubo despejado y duchado salió del cuarto de baño para encontrarse con la mesa perfectamente puesta, con el desayuno, compuesto por un vaso de zumo y una manzana. Al lado de la pieza de fruta reposaba un periódico esperando a ser leído. Mientras Juvia se acercaba a la mesa y tomaba el periódico, el ser metálico desplegó una pantalla digital en la que le mostró a la chica el tiempo previsto para el día.

-Parece que han vuelto a robar material en una tienda de electrónica… -dijo la joven mientras pasaba la vista desde el periódico a la pantalla del tiempo, tomaba el vaso y daba un pequeño sorbo-. Y encima hoy llueve… Me da que no va a ser un buen día…

Una vez hubo terminado de desayunar, Juvia se levantó de la mesa y se acercó a un espejo de cuerpo entero que tenía en la entrada del apartamento. Cogió el pequeño dispositivo electrónico que reposaba en el mueble de al lado del espejo y lo abrió, dejando al descubierto los botones y la pequeña pantalla táctil. 
Buscó la pestaña que decía “trabajo” y la presionó, quedando inmediatamente vestida con unos pantalones negros estrechos, unas botas negras de cordones, una camisa negra con un par de botones sueltos en la parte superior, una corbata azul a medio abrochar y una chaqueta igual que el pantalón. Una vez estuvo preparada, dirigió una última mirada al aparato electrónico y se despidió con un gesto de la cabeza. Salió del apartamento, y en cuanto cerró la puerta, la pequeña habitación perdió la iluminación y la decoración desapareció por completo.
Tenía la moto aparcada en el garaje subterráneo del edificio. Cuando llegó la puso rápidamente en marcha y salió a toda velocidad de allí, dirección a la oficina de Seguridad Pública. Llevaba aquellos tres años trabajando con las mismas personas, a excepción de una joven que se había unido al cuerpo hacía unas semanas. La inspectora Akane era ahora una de sus superiores y debería esforzarse por llevarse bien con ella, al menos dentro de las oficinas. A los demás los conocía mejor que a la recién llegada. Gino era su superior directo, y el que la había introducido en el cuerpo de Seguridad como ejecutor. Tenía algunos compañeros, pero con el que mejor se llevaba era con Kougami. Era mayor que ella, y a veces se portaba como un hermano mayor, lo cual no le hacía mucha gracia, pero no podía quejarse, ya que era lo más parecido que tenía a una familia. El otro ejecutor con el que se llevaba más o menos bien era Shuusei. Era un joven avispado, animado y bromista, lo que la sacaba de sus casillas de vez en cuando, pero ya estaba aprendiendo a soportarle. Él era lo contrario que Kou, y a veces ella se tenía que portar como la mayor cuando trabajaban fuera, y vigilarle cuando los inspectores no podían. Ambos, Juvia y Shuusei, habían entrado prácticamente a la vez en el cuerpo. Puede que ese fuera otro motivo por el que no terminaban de tirarse de los pelos y que el trabajo en equipo se hiciera más llevadero, porque se veían como iguales, un par de jóvenes que habían tenido mala suerte desde pequeños, y que solo buscaban su lugar en la sociedad, una sociedad que no dejaba de darles la espalda.

Cuando llegó a su acostumbrada sala de trabajo, descubrió que Akane ya estaba en su puesto al final de la sala, enseñándole algo a Kougami en la pantalla del ordenador, y Shuusei jugando a su PSP, mientras que el ordenador terminaba de encenderse. Juvia se acercó a su correspondiente puesto, al lado de Shuusei, y presionó el botón de encendido de su ordenador mientras saludaba a su compañero con un único movimiento de cabeza.

-¿Hoy también me vas a tener vigilado todo el día, mamá? –preguntó el joven con retintín en su voz una vez hubo visto a su compañera.

-No estoy de humor, Shu –repuso la joven con sequedad.

-Nunca estás de humor Juvia –añadió con un resoplido-. Yo que pretendía pasar un día ameno y que no fuese tan aburrido como los demás…

-Pues será mejor que vayas a molestar a otro –dijo Kougami, que se había alejado de Akane para salir en ayuda de Juvia-. ¿Qué te parece Gino? –añadió mientras colocaba su brazo sobre la cabeza del muchacho.

-¿Estás de coña? Seguro que me manda a limpiar los robots de la oficina o vete tú a saber… Mejor no jugar con Gino.

-Pues tampoco lo hagas con Juvia –repuso mientras le revolvía el pelo y se alejaba de los jóvenes, de vuelta al lado de Akane, dando por terminada la conversación.

Juvia aprovechó que Shuusei había dejado de prestarla atención para desviar la mirada la pantalla de su ordenador. En ella comenzaron a aparecer los nuevos casos que se habían registrado en el tiempo que ellos no habían estado en la oficina, dejando los del día anterior sin resolver minimizados en la parte inferior.

-¿Otro caso de robo de material electrónico? ¿Cuántos van ya en toda la semana? ¿Cuatro? –dijo Shuusei, asomándose por encima del hombro de Juvia y mirando a la pantalla del ordenador.

-Lo sabrías si te hubieras dignado a mirar el ordenador –repuso ella molesta-. Ahora no intentes interesarte. Vete a seguir jugando, molestas menos.

Juvia estiró una pierna y dio un empujón a la silla en la que estaba sentado el joven pelirrojo que, gracias a las ruedas, salió rodando hasta su lugar, delante de su propio ordenador. Juvia, satisfecha, sonrió de manera pícara mientras Shuusei soltaba un leve quejido de molestia por haber sido echado tan descaradamente.

Una vez la joven peliazul estuvo sola delante de su ordenador, abrió una de las pestañas inferiores. Aquel caso ya fue cerrado hacía varios años, pero otro relacionado con la persona que aparecía en los informes había sido abierto. Pero no era suyo, era del inspector Ginoza y sus ejecutores. El hombre de aquel caso había desaparecido, como otros tantos reclusos, en un traslado a otra prisión, y no se había vuelto a saber nada de ninguno de ellos. Gino se encargaba de ese caso, pero no hacía más que dar palos de ciego. Nadie había sido capaz de descubrir una sola pista sobre su posible paradero.

Aquel hombre era el responsable de la desgracia de Juvia. De la desaparición de sus sueños y esperanzas, de sus ambiciones y deseos. Todo. Kurt Dallas. El hombre que aquel fatídico día terminó con la vida de cinco de sus compañeros de clase y dos profesores, y con el futuro de casi toda la clase. Nayu y Karoku. 
No había día que no se acordara de ellos. Y Bard, aquel joven risueño del que no había vuelto a saber nada desde aquel día. Pero seguía vivo, en algún lugar… Lo sabía, lo sentía.

Todos los compañeros de Juvia en la oficina conocían perfectamente el motivo por el que su psycho se enturbió, y ya estaban acostumbrados a que le dedicara varios minutos por la mañana a la imagen de aquel ser. Ya se sabía todos sus rasgos, y sería capaz de dibujarlo con los ojos cerrados. Cada mañana observaba el desagradable rostro de aquel hombre, el brillo demente de sus ojos, y las imágenes de lo sucedido se agolpaban en su cabeza, sin orden alguno. Simplemente aparecían, dejando un sabor amargo en la joven para el resto del día.

Shuusei se mantuvo apartado de ella, observando el dolor y el odio que reflejaban sus ojos al observar la foto de Dallas. Muchas veces había intentado hablar con ella del tema, para intentar que ella compartiera sus miedos y preocupaciones con alguien más y se le hiciera más llevadera la carga que llevaba desde aquel día. Pero no se atrevía. Sentía que aquello era muy privado para ella, y no accedería a hablarlo con nadie externo a ello. Y de las pocas veces que se atrevía a abrir la boca, ella le respondía de manera tan cortante que se pasaban varios días después sin dirigirse la palabra.
Estaba claro que Juvia era una mujer difícil.

Gino llegó como siempre a la hora empunto, sin retrasarse un solo segundo, pero no se dirigió a su mesa, sino a la de Akane. Kou al ver llegar al inspector, se alejó de su superior para dejarles solos y se dirigió a su puesto de trabajo. Abrió varios informes nuevos de aquella mañana y comenzó a revisar los que parecían tener más urgencia. Había de todo y, como bien había señalado Shuusei, más robos de material electrónico. Aquello era lo que más se veía durante esos días. Había uno casi cada día en distintas tiendas. Pero nunca había resultado nadie herido, por lo que no era de las principales preocupaciones de la policía. Pero aquello ya empezaba a ser constante, y Kougami había comenzado a mosquearse. El chico se estiró en la silla cuan largo era mientras soltaba un resoplido y se alejaba un poco de la pantalla, lo que llamó la atención de los dos compañeros que trabajaban a su espalda.

-Me temo que este asunto ya empieza a ser preocupación de la policía –dijo sin apartar los ojos de la pantalla.

-Vamos Kou –repuso Shuusei con un suspiro-, no me digas que vamos a tener que hacernos cargo de unos robos…

-Sí, ¿no quieres saber quién roba todos tus juguetitos? –respondió con una sonrisa al tiempo que se giraba y miraba a su joven compañero.

 -Eso mejor te lo dejo a ti. Prefiero algo más entretenido.

Juvia soltó un largo suspiro. No le apetecía hacerse cargo de un robo, pero tampoco de algo que requiriese mucho esfuerzo físico. Aquel día estaba más desganada que de costumbre y lo único que le apetecía era volver a su apartamento y enterrarse bajo las mantas de la cama durante varios días.

Ginoza, después de haber estado todo ese rato hablando con Akane, se separó de ella y se apresuró a salir de la oficina, pasando por medio de los dos chicos que hablaban y siendo interrumpidos en medio de la conversación.

-Parece que ha desaparecido otro recluso –explicó Akane-. El inspector y su equipo se harán cargo de ello. Y nosotros… Bueno, no le hemos dado apenas importancia al tema de los robos, pero será mejor que vayamos a echar un vistazo.

-Vamos inspectora –repuso Shuusei-. ¿En serio tenemos que hacer eso?

Akane pareció dudar unos segundos. Se acercó al ordenador de Shuusei, que ya había entrado en modo de espera debido al tiempo que había sido ignorado, y la inspectora comenzó a ojear todas las ventanas de los nuevos casos.

-Bueno, aquí hay un informe sobre una serie de quejas que hemos recibido de varios vecinos de un mismo edificio. Al parecer uno de los inquilinos arma mucho escándalo.

Akane se giró a Shuusei, esperando una respuesta por parte del muchacho.

-¿Me estás diciendo que vaya a ese edificio? –preguntó el pelirrojo, un poco despistado.

-Sí, bueno, ¿por qué no? No hacen faltan cuatro personas para hacerse cargo de un robo. Kougami y yo nos ocuparemos de ello.

Juvia miró a su superior, aún sin ser consciente de lo que significaban sus palabras.

-Bueno, no parece mucho más entretenido que el robo, pero nos haremos cargo –contestó Shuusei.

Akane se dirigió a su mesa para recoger sus cosas mientras que Kougami y Shuusei apagaban sus ordenadores. Entonces Juvia reaccionó, y se puso de pie de un salto.

-¡Un momento inspectora! ¿Pretendes que vuelva a hacer de niñera con este mocoso?

-¿A quién llamas mocoso? ¡Soy un año mayor que tú! –se apresuró en contestar el aludido.

-Lástima que no sea en mentalidad también –añadió Juvia.

-Vamos Juvia, ya lo has hecho antes, y nunca habéis tenido ningún problema –intentó convencerla Akane.

Finalmente, después de pasar la mirada por Akane, Shuusei, y finalmente Kougami,  que se mantenía apartado de la conversación, Juvia dejó escapar un largo suspiro.

-Está bien, pero tendrás que recompensarme.

-¡Hecho! –contestó Akane.

Shuusei se dio por satisfecho, porque se apresuró en salir de la oficina, dejando a su compañera detrás. Ella comenzó a correr detrás de él, y justo al salir de la sala, se volvió al interior sin siquiera detenerse, y miró a la inspectora.

-Me debes una cena, y que sea en un buen restaurante.

Akane respondió con una sonrisa antes de que Juvia la perdiera de vista por continuar su carrera detrás de su problemático compañero. 

lunes, 18 de marzo de 2013

1. Fatalidad


Era un día normal de la vida normal de una chica cualquiera que como de costumbre se dirigía al instituto. Siempre seguía el mismo camino. Nunca se desviaba. Le gustaba la tranquila rutina de su vida diaria, sin sobresaltos y sin problemas que le quitaran el sueño. Caminaba tranquilamente por una calle rodeada de cerezos en flor, cuyos rosados pétalos caían sobre el asfalto, formando una suave alfombra rosa, y sobre su azulado pelo, enredándose entre sus largos mechones.
Caminaba tan despreocupadamente que no se dio cuenta del grupo de estudiantes que se le acercaban por la espalda, y que la sorprendieron en el momento en que echaron una gran bolsa llena de pétalos de cerezo sobre su cabeza.

-¡Chicos! –exclamó sorprendida, pero sin rastro de molestia en su voz.

-¡Buenos días, Juvia! –dijo uno de los jóvenes, que caminaba al lado de una chica bajita de pelo oscuro corto.

El chico que había sorprendido a Juvia, lazándole aquella cascada de pétalos por la cabeza, se adelantó a sus dos compañeros y se colocó delante de la joven mientras la miraba con ojos divertidos.

-Te queda bien ese color –dijo con una sonrisa-. ¿No has pensado en teñirte el pelo de rosa?

-¡Basta ya Karoku! –repuso Juvia mientras comenzaba a quitarse los pétalos de la cabeza.

-Perdón Juvia –dijo la chica que acompañaba al chico risueño-. He intentado detenerle, pero no ha habido manera.

-Eso es porque no le has puesto muchas ganas –repuso la joven mientras se quitaba el último pétalo del flequillo.

-Es cierto Juvia, no te dejes convencer por ella –añadió el joven rubio, adelantándose a los pasos de su compañera.

-También ha sido idea tuya, Bard, así que no vayas de bueno –objetó ella mientras se adelantaba hasta colocarse de nuevo a su altura.

-Vamos Nayu, pasemos de estos, que si no llegaremos tarde a clase –dijo Juvia mientras le ofrecía la mano a su amiga.

Las dos jóvenes se tomaron de las manos y comenzaron a caminar alegremente a través de los cerezos en flor, pero los chicos, al verse abandonados, comenzaron a correr detrás de ellas. Juvia y Nayu les dirigieron a los chicos un gesto de burla antes de echar a correr, aún cogidas de las manos.
Llegaron los cuatro casi asfixiados a la entrada del instituto. En cuanto atravesaron el muro de piedra de la entrada se detuvieron todos, y trataron de recuperar el aliento mientras se dirigían miradas divertidas y se reían, dificultando la recuperación de la respiración.
Estuvieron allí parados durante varios minutos, hasta que la campana del edificio sonó, dando comienzo a las clases del día. Un profesor que rondaba por allí, vigilando el patio, les descubrió y se acercó a ellos para llamarles a atención y mandarles rápidamente a sus clases.

Después de cambiarse en la entrada del edificio y dejar sus cosas en las taquillas, los cuatro se dirigieron a su clase. Iban todos ellos a la misma clase. Habían ido juntos durante toda la secundaria. Nunca les habían separado y, gracias a ello, los lazos entre ellos se habían fortalecido de tal manera que habían dejado de ser solo amigos.

Cuando alcanzaron la puerta de la clase descubrieron que el profesor aún no había llegado, y el resto de sus compañeros estaban desperdigados por el aula, hablando entre ellos despreocupadamente. El grupo de amigos se dirigió a la mesa de Juvia, situada en la parte de atrás de la clase después de dejar sus cosas en sus respectivos pupitres. Tenían por costumbre esperar el comienzo de las clases reunidos en aquel lugar mientras hablaban de cualquier cosa, o incluso compartían el silencio, y aquel día no iba a ser distinto.
Cuando el profesor finalmente llegó a clase, todos los grupos de amigos se disolvieron para ir a ocupar sus sitios y poder dar comienzo a la clase. Juvia se sentó delante de su mesa al fondo de la clase, mientras observaba a Nayu caminar hasta el frente y ocupar una de las mesas de la primera fila. Bard se sentó justo detrás de ella, y Karoku un poco más apartado, en la fila de las ventanas.

Aquel día la explicación fue tan aburrida como el resto, y los chicos no tardaron en desconectar de la clase. Karoku se perdió en el paisaje de la ventana, mientras que Bard pasaba distraídamente los dedos por la espalda de Nayu, quien intentaba aparentar que prestaba atención, pero que a duras penas conseguía. Juvia observaba todo desde atrás, mientras que dibujaba en su cuaderno dedicado a clases aburridas.

Antes de que aquella primera clase hubiese terminado, la puerta se abrió de golpe, y Nayu soltó un grito de terror. Pero Juvia, desde su posición no podía ver lo que había aterrorizado tanto a su amiga. Entonces un brazo apareció por el marco de la puerta, que se fue levantando lentamente hasta apuntar con un arma de fuego en dirección al profesor de la clase, que miró todo con los ojos desorbitados. Antes de que alguno de los allí presentes tuviera tiempo de hacer un movimiento, el hombre apretó el gatillo y una bala voló hasta la frente del profesor, que cayó sobre la mesa, empapándolo todo con su sangre. Algunas chicas gritaron, entre ellas Nayu, que se llevó las manos a la boca ante la visión de su profesor con el cuerpo sobre la mesa y los brazos colgando por la parte delantera, los ojos abiertos pero sin brillo, y la sangre chorreando de su cabeza hasta la mesa, mojando los papeles y cayendo por un lado de esta hasta el suelo. El hombre que había disparado entró en el aula, cerrando la puerta detrás de él. Aquel hombre tenía aspecto desaliñado, ropa rota, pelo largo y alborotado, y barba de una semana, y la locura se vislumbraba en el brillo de sus ojos. Bard fue a levantarse para ponerse delante de Nayu y protegerla de aquel hombre, pero cuando él le dirigió aquella brillante mirada, el chico se volvió a sentar en su sitio.
Nadie se atrevió a decir nada, ni siquiera a moverse un centímetro de su asiento. Nadie llamó tampoco a la puerta, a pesar de que el disparo se había oído perfectamente por todo el edificio y seguramente estaría todos alertados de lo que acababa de pasar. Karoku desvió su mirada disimuladamente hacia la ventana y vio que numerosos alumnos, encabezados por sus profesores, estaban ocupando el patio, saliendo de manera atropellada por la puerta.
Entonces, y ante la sorpresa de todos, alguien llamó suavemente a la puerta de la clase, sobresaltando a todos, especialmente al hombre armado, lo que hizo que Juvia se pusiera más nerviosa porque cualquier sobresalto del hombre podría suponer otra bala en la cabeza de alguno de los allí reunidos.

-¿H-Hola…? –dijo una suave voz de mujer al otro lado de la puerta.

Pero no hubo respuesta.

-Le ruego que deje salir a los alumnos. Haremos lo que nos pida, pero deje salir a los chicos –insistió la mujer.

Aquella mujer que estaba intentando salvar a los alumnos de aquella desafortunada clase era la jefa de estudios del centro, y una de las personas más cuidadosas que Juvia había conocido jamás. Siempre intentaba tener todo bajo control, aunque escuchar su voz en aquella ocasión no la hizo sentir mucho más tranquila.

-¿Puedo entrar? –continuó la mujer.

-¡¡NO!! –rugió el hombre, que se acercó a uno de los pupitres cercanos y cogió de la muñeca a una de las alumnas.

El débil grito de Nayu al ser tomada y levantada de su silla hizo que Bard se pusiera de pie, y con ello Karoku, nervioso por lo que podría pasar.
La jefa de estudios escuchó el revuelo del interior e intentó arreglar la situación.

-Está bien, no entraré, pero dígame cómo está la situación. ¿Hay algún herido?

 Pero tampoco recibió respuesta.

-Está bien –continuó-. Me quedaré aquí, por si necesita algo.

No se escucharon pasos al otro lado del pasillo. La jefa de estudios se quedó parada delante de la puerta de la clase, rezando porque el hombre se decidiera a hacer su petición, y explicar el motivo por el que estaba haciendo todo aquello.
Una vez que la conversación hubo terminado, el hombre pareció relajarse, pero no soltó a Nayu. Se sentó en el escalón de la parte delantera de la clase, y colocó a Nayu sentada delante de él en el suelo. Para evitar que se moviera ella o alguno de los mocosos que estaban con él en la clase, colocó la pistola en la sien de la joven, mostrando quién era el que manejaba la situación.

Pasaron varios minutos sin que ocurriera nada, pero cuando a lo lejos comenzaron a escucharse las sirenas de los coches de policías, el hombre volvió a ponerse nervioso, perdiendo la tranquilidad que había tenido durante casi toda la mañana. Juvia apenas veía lo que pasaba delante, ya que tenía varias filas delante de ella, y además el hombre estaba sentado en el suelo, pero sabía cómo se encontraría ante aquel sonido, y maldijo en silencio la aparición de la policía al estar su amiga en las garras de aquel homicida.

En el siguiente segundo la situación dio un profundo giro. Un solo acto de la policía echó todo a perder. Y aquello sería lo que atormentaría a Juvia y a los allí presentes por el resto de sus vidas.

-¡Le habla la policía! –la voz llegó enormemente amplificada por un megáfono a la clase-. Tenemos el edificio rodeado. Será mejor que deje salir a los rehenes.

Pero aquella voz salida de la nada le dio un susto de muerte a los alumnos y al hombre, que había estado hasta entonces con el dedo en el gatillo, y la pistola apoyada en la cabeza de Nayu. Aquel sobresalto hizo que el dedo del hombre se deslizara por el gatillo y dejara escapar la bala que le robó la vida a Nayu. Nadie hizo caso a lo que la policía decía. Solo habían escuchado el disparo, y acto seguido más gritos resonaron en el interior de la clase. Juvia se puso de pie, rezando por lo que había creído que había pasado no hubiese ocurrido realmente. Pero cuando alcanzó a ver la parte delantera de la clase vio el cuerpo sin vida de Nayu tirado en el suelo a los pies de aquel hombre, con su cabeza apoyada en un charco de sangre. El hombre se encogió sobre sí mismo mientras miraba el arma que acababa de utilizar contra aquella joven con ojos asustados e incrédulos.

Bard se había quedado sentado en su sitio mientras observaba como la sangre de Nayu iba tiñendo el suelo de rojo. Pasó la mirada por su cuerpo inerte hasta llegar a sus ojos y descubrirlos abiertos pero sin brillo alguno, aquel brillo con el que tantas veces antes le había mirado a él, y que tanto le gustaba. Entonces Bard dejó de ser dueño de sus actos. Dio un tremendo golpe en la mesa mientras que se levantaba y se dirigía al hombre. Rápidamente le dio una patada a la pistola, que voló hasta chocarse con la pared que sostenía la pizarra electrónica de la clase. Bard le cogió del cuello del abrigo y se arrodilló a su lado.

-¡Devuélvemela! –gritó, desgarrando su garganta.

El hombre volvió en sí, e intentó recuperar el control de la situación. Sacó una navaja de uno de los bolsillos del abrigo que utilizó contra el joven rubio que se había lanzado contra él. La blandió rápidamente, alcanzando el cuello del muchacho. La sangre no tardó en comenzar a brotar del superficial corte, que salió al principio de manera apresurada de la herida, llegando a salpicar la cara del hombre. Entonces, aprovechando aquel momento, el homicida dio una patada a Bard, que cayó de espaldas al suelo, mientras mantenía ambas manos sobre el corte de su cuello, intentando evitar la pérdida masiva de sangre.

-¡Bard! –gritó Juvia al ver a su amigo caer al suelo.

Karoku también perdió la calma en el momento en que vio el posible desenlace de todo aquello, y corrió hacia el hombre, pero él se dio cuenta del movimiento del muchacho, porque estiró la mano hasta alcanzar el arma y apuntó al cuerpo del chico. Antes de que le diera tiempo a Karoku a dar un paso más, el hombre disparó, y una bala alcanzó el pecho del chico, que cayó de espaldas sobre una de las mesas, antes de llegar al suelo. Juvia tampoco aguantó más, y corrió hacia Karoku. Se arrodilló a su lado mientras que más compañeros suyos intentaban tomar el control de la situación, pero más tiros sonaron en el interior del aula. Incluso la puerta que daba al pasillo se abrió, por la que entró la jefa de estudios antes de encontrarse con una bala atravesada en su garganta.

Juvia se fue poniendo cada vez más nerviosa. Notaba cómo todo daba vueltas a su alrededor mientras la sangre de Karoku iba abandonando su cuerpo y empapándola a ella y el suelo de la clase. Solo escuchaba los gritos de sus compañeros y los disparos del hombre, que parecía que nunca se quedaba sin balas. Se le hizo eterno aquel momento, a pesar de que fueron solo unos minutos. La policía no tardó en llegar a la clase, alertados por todo el revuelo del interior. La puerta se abrió rápidamente, y un par de pistolas aparecieron por el marco, pero aquellas pistolas eran distintas a la que había utilizado antes el hombre en aquellos alumnos, eran más modernas, y dotadas de un sistema para medir el coeficiente criminal de las personas con solo apuntarlas. Uno de los hombres que empuñaba el arma disparó al hombre, dejándolo inconsciente y derribado sobre el suelo de la clase.
Pero Juvia apenas había prestado atención a todo aquello. Solo le importaba el joven que reposaba entre sus brazos y que poco a poco iba perdiendo la vitalidad. Notó como su respiración se iba haciendo más pesada y costosa, hasta que al final el joven alzó la mirada hacia ella con sus últimas fuerzas.

-Lo… siento… -susurró el joven, dejando escapar su último aliento.

Juvia observó con horror como el brillo de los ojos de Karoku iba desapareciendo mientras que una voz metálica le decía a su espalda:

-“He detectado que el nivel de su estrés se ha elevado. Le recomiendo que busque atención psiquiátrica de inmediato en un centro especializado”.